Salvados Para Salar
Recordemos, somos la sal del mundo. No la tenemos; ¡somos!Frente a los números un poquito elevados del medidor de presión arterial, el Dr. me pregunto aquella tarde: ¿Usted, come con mucha sal?
La realidad que no contesté es que la hipertensión es algo que corre en nuestra familia. Así que, desde aquel día, más de diez años atrás, he tratado de reducir el consumo de sal, aunque no siempre he sido exitoso.
Y aunque en mi caso el consumir sal es perjudicial, la sal es esencial para el organismo humano. Entre algunas de sus funciones podemos destacar las siguientes:
Regula el ritmo del músculo cardiaco; permite la trasmisión de los impulsos nerviosos; extrae el exceso de acidez de las células, especialmente en las del cerebro; previene la aparición de calambres musculares; evita la osteoporosis; regula el sueño; y mucho más.
La sal se consideraba muy importante desde la antigüedad. Antes que se comenzaran a usar otro tipo de conservantes la sal era usada para preservar la carne y el pescado. En el imperio Romano se utilizaba la sal como forma de pago por un trabajo realizado; esto era conocido como salarium y de ahí deriva la palabra salario que hoy utilizamos.
El mismo Jesucristo menciona la sal en una de sus interacciones con los discípulos: “Ustedes don la sal de la tierra. Pero, si la sal se vuelve insípida, ¿cómo recobrará su sabor? Ya no sirve para nada, sino para que la gente la deseche y la pisotee” (Mateo 5:13 NVI).
Y aunque estas palabras fueron dirigidas directamente a sus discípulos,
hoy en día debemos apropiarnos de las mismas, ya que somos también seguidores del Maestro.
Considerando lo importante que la sal es para el organismo, debemos entender que así mismo de importancia somos nosotros para la tierra en que vivimos. Al referirse a tierra, Cristo está hablando de la gente que vive en este mundo, los seres humanos, nuestros semejantes.
Pero ¿qué cualidades de la sal nos ayudan a entender un poco más claro nuestro llamado a ser la sal del mundo?
1. a sal produce sed.
¿Cuál es nuestra tarea? ¿Satisfacer la sed de los que necesitan agua? ¡No! Es la de provocar sed para que las personas acudan a la Fuente de agua viva.
¿Cómo provocamos esta sed? A través de nuestro testimonio. Nuestro testimonio debe despertar sed en aquellos que te rodean; sed de saber qué es lo que te hace diferente; sed de preguntarte porque aún en medio de tantas adversidades tu conservas la paz; sed de anhelar tener tu carácter y cordura aun cuando todo a tu alrededor parece tratar de hacerte tambalear; sed de pedirte ayuda y consejos cuando sus relaciones familiares están colapsando; y sed de acercarte a ti y preguntarte a que iglesia tú vas para ir un día contigo.
2. La sal realza el sabor de los alimentos.
El Señor nos asigna una función vitalizadora — hacer que otros vean la vida con esperanza. Muchas veces humillamos a las personas con la Biblia, cuando en realidad somos llamados a compartir las Buenas Nuevas de la salvación.
En Colosenses: 4:6 Pablo dice, “Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal…” (Colosenses 4:6 RVR 1995). ¿Qué hacemos con nuestras palabras? ¿Levantamos o hundimos a la gente?
Alguien siempre me decía: Si no tienes nada bueno que decir de una persona mejor no digas nada.
Dios nos ha dado dos oídos y una boca. ¿Será para que escuchemos el doble de lo que hablamos?
Pablo nos exhorta a que nuestras palabras tengan el poder preservador que posee la sal, que siempre que hablemos sea con el propósito de edificar, de construir, de animar, de afirmar, de alentar y de buscar el bien de mi prójimo.
3. a sal derrite el hielo.
Es muy interesante el ver como al aplicarle sal el hielo se derrite, pero este es un proceso que no es instantáneo. Toma su tiempo, pero al final siempre se derrite. Dependiendo del espesor del hielo es el tiempo en que tardara en derretirse.
También es muy interesante el ver que cuanto más tiempo lleve el hielo en su lugar, más tardará en derretirse y a veces requerirá más de una aplicación de sal.
Entonces, ¿cuál es nuestra función? Derretir el hielo, ¡pero no a golpes! El mundo necesita de sal que derrita el odio, apatía, rencor, indiferencia y tantas otras cosas que han “congelado” el corazón del hombre y vemos reflejado en la sociedad día a día.
4. a sal cura las heridas.
Hoy en día vivimos en una sociedad dividida, compuesta muchas veces por familias divididas; padres lejos de sus hijos, aun viviendo bajo el mismo techo; esposos distantes, aun durmiendo juntos; empleados y jefes distanciados, aun trabajando para la misma empresa; incluso lideres y miembros de iglesias que no evidencian unidad.
La falta de unión y armonía crea heridas, heridas que se reflejan en el comportamiento de los niños, en la rebeldía de los jóvenes, y en muchos otros comportamientos que muchas veces son sólo una técnica para captar la atención. Es una voz pidiendo a gritos que quieren ser escuchados, que sus corazones están heridos, que tienen necesidad de que alguien traiga un poco de alivio a sus espíritus atribulados.
Y a eso hemos sido llamados, el mundo necesita de nosotros la sal que cura esas heridas. Esa sal es la iglesia de Jesucristo, que a través del poder del Espíritu Santo puede llegar al corazón del hombre y dejarle saber cuánto Dios los ama, que Él tiene un plan y propósito para cada uno de nosotros, y que quiere traer paz y sanidad a sus vidas y familias.
Hasta que la relación del hombre con Dios no sea restaurada, esa herida va a seguir sangrado. A veces las personas le ponen una llamada “gasa”: vicios, dinero, placeres, trabajo, etc. Pero la herida siempre seguirá allí hasta que comprendan que Dios es el único que puede sanar todas nuestras heridas.
Recordemos, somos la sal del mundo. No la tenemos; ¡somos!