¡Todavía hay esperanza!
Jesucristo es la única fuente segura y confiable, y anhela que pongamos toda nuestra esperanza en Él.El viernes 13 de octubre de 1972 un avión uruguayo, que llevaba 45 pasajeros a Chile, de los cuales muchos eran estudiantes de medicina y parte de un equipo de rugby, se estrelló en la Cordillera de los Andes.
Doce murieron a causa de la caída, los sobrevivientes a esta tuvieron que soportar entre otras cosas a la temible cordillera andina, treinta grados bajo cero durante las noches y la falta de alimentos. Trataron de resistir con las escasas reservas alimenticias que poseían esperando ser rescatados, pero su esperanza cayó al enterarse por una radio que se había abandonado su búsqueda.
Finalmente, agobiados por las bajísimas temperaturas, los amenazadores aludes, angustiados por la continua muerte de sus compañeros y la lenta espera del rescate, dos muchachos deciden cruzar las inmensas montañas para así llegar a Chile. De esta manera es como el 22 de diciembre de 1972, después de haber estado durante 72 días aislados de todo, el mundo se entera que dieciséis vencieron a la muerte en la Cordillera de los Andes. Vemos en esta historia un claro ejemplo del poder de la esperanza, y el impacto que esta tiene en la vida de sus poseedores.
El Diccionario de la Real Academia Española nos dice: “La esperanza es un detonante. Cuando la tenemos se desencadena en nosotros un deseo de luchar, un ánimo especial para afrontar cada una de las actividades cotidianas, incluso las más difíciles. Ella nos permite adquirir el fuerte deseo de seguir adelante cuando nuestras fuerzas nos abandonan y la voluntad necesaria para no renunciar a nuestros sueños aún cuando el camino es una cuesta casi imposible de remontar”.
Sin lugar a duda todos necesitamos tener esperanza, sería imposible vivir en este mundo si no tuviésemos, aunque sea un poco de esperanza en que las cosas de una manera u otra van a cambiar para mejor. Pero no podemos negar que debemos tener un motivo o una causa en la que nuestra esperanza debe ser fundada, por ejemplo, los deportistas uruguayos luego de ser rescatados compartían durante las conferencias de prensa que pudieron sobrevivir sólo porque tenían esperanza de que volverían a sus casas, aun cuando sabían que la misión de rescate había sido suspendida.
No puede haber esperanza sin un motivo. No puede haber ánimo sin una causa. Nosotros debemos saber que el mundo que nos rodea necesita esperanza. Vivimos constantemente siendo bombardeados por noticias que nos deprimen, nos entristecen, nos afectan espiritual, mental y emocionalmente y poco a poco nuestras esperanzas se van desvaneciendo.
Pero todavía hay esperanza. Como cristianos deberíamos ser las personas más esperanzadas sobre la faz de la tierra. Si hay algo que Cristo vino a darnos es justamente esperanza. Si hay alguien en este mundo que tiene razones más que validas para tener esperanza deberíamos ser nosotros.
Pero la realidad es que muchas veces perdemos las esperanzas—esperanza de ver una solución en el matrimonio, esperanza de ver a nuestros hijos en buenos caminos, esperanzas de que la situación económica va a cambiar, esperanzas de que la salud va a mejorar, esperanzas de recibir buenas noticias, etc.
Para que nuestra esperanza sea sólida e inquebrantable lo primero que debemos saber es que debe tener un fundamento verdadero y confiable. Debemos poner nuestra confianza en algo que nos garantiza estabilidad. Sería más que imprudente de nuestra parte poner nuestra confianza en cosas que no son seguras. ¿Quién pondría su dinero en un banco que no tiene caja fuerte? ¿Quién se dejaría operar por un cirujano sin diploma?
La única fuente de la esperanza segura que existe se llama Jesucristo. Él es el único en el que podemos confiar. Él es la única fuente segura que podemos encontrar. No hay nada ni nadie en todo el universo que pueda darnos la seguridad y la esperanza que sólo Cristo nos puede dar.
Pero ¿por qué podemos poner nuestras esperanzas en Cristo? ¿Cuáles son las evidencias de que es una fuente digna de confianza? Podemos ver que Cristo se hizo uno de nosotros con el único propósito de salvarnos: “…el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros” (Juan 1:14, NVI).
Jesucristo supo lo que es la soledad, la traición, el desprecio, la burla, el engaño, la hipocresía, la falsedad, el olvido, el dolor y cada una de las situaciones más difíciles por las que podemos pasar a lo largo de nuestras vidas. Es por eso por lo que podemos depositar nuestra esperanza en Él.
Dios dijo, “Nunca los dejaré; jamás los abandonaré” (Hebreos 13:5b, NVI). Lo que sigue es clave: “Así que podemos decir con toda confianza: ‘El Señor es quien me ayuda, no tengo miedo; ¿qué me puede hacer un simple mortal?’” (Hebreos 13:6). Cristo en definitiva es nuestra única fuente de esperanza segura. Él se hizo uno de nosotros, compartió nuestras penas y se hizo servidor de todos.
Si en este día necesitas una inyección de esperanza medita en esta verdad: todo lo que Cristo hizo fue justamente para que pudiéramos tener una esperanza viva.
Cuando todo parece colapsar, cuando ya no hay a donde recurrir, debemos saber que Dios sigue en Su trono, que Su mano no se ha acortado, que Su poder sigue siendo el mismo y que Sus misericordias son nuevas cada mañana.
Jesucristo es la única fuente segura y confiable, y anhela que pongamos toda nuestra esperanza en Él. Apropiémonos de las palabras del Salmo 33:20-22 (NVI):
“Esperamos confiados en el Señor; él es nuestro socorro y nuestro escudo. En él se regocija nuestro corazón, porque confiamos en su santo nombre. Que tu gran amor, Señor, nos acompañe, tal como lo esperamos de ti”.