Un Saludo Celestial
Quiera Dios que nuestras vidas sean vasos llenos de la presencia del Altísimo.¿Sabía usted que la Biblia está llena de historias de mujeres que se dejaron usar por Dios? Fueron tan valientes que se presentaron frente a reyes y famosos en defensa de sus pueblos. Juzgaron con vara fuerte. Enseñaron a sus nietos la Torah. Trajeron sus hijos a la casa del Señor. Los dedicaron a Su servicio e hicieron infinidad de muchísimas otras cosas para nuestro Dios.
Dos de esas mujeres tuvieron sus vidas entrecruzadas y fueron madres de dos hombres que juntos hicieron un buen equipo y cambiaron la historia de la humanidad. Ellas eran primas. Sus hijos eran Juan el Bautista y Jesús de Nazaret. Juan, seis meses mayores que Jesús, vino a abrirle el camino a su primo, quien fue nuestro Señor y Salvador.
Elizabet y María eran de edades diferentes y concibieron sus hijos de formas diferentes, una natural y otra celestial, pero ambas trayendo al mundo a estos dos jóvenes fueron vasos de honra en las manos de Dios y sus historias quedaron plasmadas en nuestra Biblia.
“A los pocos días María emprendió viaje y se fue de prisa a un pueblo en la región montañosa
de Judea. Al llegar, entró en casa de Zacarías y saludó a Elisabet. Tan pronto como Elisabet oyó el saludo de María, la criatura saltó en su vientre. Entonces Elisabet, llena del Espíritu Santo, exclamó: ‘¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el hijo que darás a luz! Pero, ¿cómo es esto que la madre de mi Señor venga a verme? Te digo que tan pronto como llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de alegría la criatura que llevo en el vientre. ¡Dichosa tú que has creído, porque lo que el Señor te ha dicho se cumplirá!’” (Lucas 1:39-45 NVI)
Con esta historia nos remontamos a más de 2000 años atrás cuando Elizabet, ya estando de casi seis meses de embarazo, recibe la hermosa visita de su prima María.
Imagínese usted la sensación tan hermosa de Elizabet cuando el hijo que tenía en su vientre literalmente sintió la presencia de Su Salvador que estaba aún en la barriga de su tía y saltó de gozo tanto que su madre se dio cuenta de que algo había sucedido.
Esto me hace pensar en cómo nuestras vidas deben impactar a otros por la presencia de Dios en nosotros. Todos hemos estado cerca de gente que a veces no queremos ni volverlas a ver. Todo lo que hacen es crítica, burla, desprecio a los demás y hacen tanto daño que se hace intolerable.
A veces no nos percatamos que cuando andamos por las calles, vamos al mercado, o a ver los niños a la escuela, todo lo que hacemos, cómo nos expresamos, cómo nos vestimos, habla de a Quién nosotros representamos.
¿Cómo cree usted que Jesús va a llegar a las reuniones de las escuelas, a las plazas, a los parques y a su hogar sino es por usted? Si nosotros hemos dejado entrar a Jesús a nuestro corazón y ahora nos hacemos llamar cristianos, nuestro Señor es Jesucristo y somo Sus embajadores.
Entonces tomemos consejo de lo que nos dice la Palabra de Dios en Efesios 2:10 (NVI): “Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las pongamos en prácita”.
Y más adelante nos dice en Efesios 4:32 (NVI): “Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo”.
Usted ha sido creado por Dios y el propósito de Dios en su vida es bueno. Las obras que Dios tiene para usted han sido pensadas en el corazón de Dios y usted debe únicamente seguirle y obedecer Su voz.
Use su tiempo y bienes para ser benignos, comparta todo lo que Dios le ha dado con los menos afortunados. Dejemos de juzgar a los demás y al contrario mostremos Su misericordia a través de nuestros actos.
Nuestra nación y el mundo entero convulsa por falta de empatía, de perdón, de misericordia, de amor. Debemos siempre recordar que no todos hemos venido de la misma crianza, con los mismos principios y las mismas oportunidades, así que oremos para que el juicio se vaya de nuestro corazón y sepamos perdonar y amar.
Quiera Dios que nuestras vidas sean vasos llenos de la presencia del Altísimo. Y cuando lleguemos a lugares traigamos con nosotros y en nuestras palabras, la Paz de Dios, el gozo de Su Espíritu y la esperanza de una vida nueva que sólo se consigue a través de nuestro Señor Jesús y Su sangre preciosa que limpia nuestras vidas.